Erwin Olaf: Babbitt



Un par de zapatos, una pitillera medio vacía, su impecable traje gris a juego con su sombrero preferido estilo Panamá, ciento cincuenta y siete dólares escondidos en el calcetín izquierdo y una antigua fotografía de Elisabeth. Al cerrar la puerta supo que no volvería nunca.

Michael salió de su casa sin hacer ningún equipaje, imaginó a su perfecta mujer reteniendo sus lágrimas y no pudo impedir que una sonrisa se le dibujase en la comisura de los labios. Era libre, su padre le había dado la libertad.

Primero viajaría a Roma a hacer los trámites necesarios para conseguir que los restos de su liberador descansasen en el cementerio de Minnesota. Una vez conseguido, las posibilidades serían infinitas, viviría una vida nueva, alejado de todo aquello que había llegado a odiar.

Sí, sin duda, ganaría una fortuna jugando a póker, viviría un romance apasionado con una chica joven, guapa y descuidada, conocería mundo y escribiría aquella novela que siempre quiso escribir.

Sólo un recuerdo de su antigua vida podría perturbar su nuevo mundo, su hija Elisabeth.

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